Cómo Sudáfrica llego a ser la cede del Mundial.

Un sistema de rotaciones de las sedes le hizo justicia a Sudáfrica, que vio hecho realidad su sueño de ser organizador de un Mundial. La historia, en apariencia, es otra


Sir Stanley Rous, un árbitro y dirigente de
fútbol inglés que presidió esa corporacióndeportiva multinacional que es la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA), entre los años 1961 y 1974, profetizó al iniciar su mandato que una nación africana ganaría la copa mundial de fútbol hacia el año 2000. Sin embargo, el año en que debía hacerse realidad la profecía, otro presidente, Joseph Blatter, fallaba en su promesa hecha al mismo continente dos años antes: “Si soy elegido presidente de la FIFA, otorgaré la Copa del Mundo 2006 al África”.

HÁBIL Y MEGALÓMANO
Con más de 20 años en la FIFA al momento de su elección en 1998, Blatter se perfiló como un hábil negociador capaz de prometer lo más apetecible —un mundial— con tal de obtener la presidencia de la FIFA cuando el tiempo de Joao Havelange llegaba a su fin. Democrática como pretende ser, la FIFA otorga un voto a cada país de modo tal que el peso de las confederaciones es gravitante en las decisiones que se toman. Por eso mismo, en la FIFA, las componendas están a la orden día.

Por ejemplo, cuando se tomó la decisión de prohibir los partidos internacionales a más de 2.500 metros de altura, según dijo la FIFA para proteger la salud de los jugadores y asegurar el “fair play” (acortar la desventaja de algunos equipos sobre otros ya aclimatados), las protestas que le llovieron a Blatter ni lo inmutaron.

La humilde Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) con apenas 10 miembros —y solo cuatro de ellos afectados por la decisión— no se compara en nada a la asiática que tiene 46 miembros y a los que la medida los tenía sin cuidado (la mayoría de sus países integrantes están a nivel del mar), o la africana con 53 miembros. O sea, 53 votos.

Fue una manera de sopesar y medir su propio poder, que ya es absoluto, y contrarrestar lo sucedido en junio del 2000 cuando se impuso Alemania a Sudáfricacomo sede del Mundial 2006 por 12 votos a 11 pese a su promesa.

Pero hábil como es, Blatter encontró la solución perfecta al problema de la palabra incumplida bastante rápido. El 3 de agosto, un mes después de la elección de Alemania, Blatter presentó la fórmula de la rotación de continentes para elegir a los anfitriones del Mundial, con lo cual el triunfo de África, o sea, Sudáfrica, estaba más que asegurado. Estaba cantado, como lo estuvo la reelección en mayo del 2002 de quien hizo posible el sueño mundialista del continente negro.

LA OTRA SUDÁFRICA
Alguien escribió que en
el mundo profesional del fútbol de nuestra época, está condenado al olvido más absoluto lo que es inútil y nada más inútil que lo que no es rentable. Para quienes creyeron que otorgarle a un país africano, con serios problemas sociales como Sudáfrica, la sede de la competencia deportiva más importante del planeta era una pésima decisión, los más de mil millones de dólares que facturó el año pasado la FIFA por contratos relacionados con el Mundial, sin que se haya iniciado todavía la competencia, puede resultarles la manera más feliz de morderse la lengua.

Aunque se ha vuelto un lugar común decir que tras el fútbol de alta competición se esconde un millonario negocio que tiene niveles de industria, nunca como ahora ha sido una verdad tan cierta como peligrosa.

Cuando el 15 de mayo del 2004 se conoció a Sudáfrica como nueva sede mundialista, se anunció que la adjudicación del Mundial al país africano significaría la creación de 150.000 puestos de trabajo en un país donde la tasa de desempleo se acercaba al 40% (hoy llega al 24%) y que en la decisión había jugado a su favor el desarrollo económico del país, la existencia de una infraestructura deportiva para llevarlo a cabo (disponía en ese momento de nueve estadios y se comprometía a construir otros cuatro) y la experiencia de haber organizado otras competencias mundiales como el Mundial de Rugby de 1995 y el de cricket del 2003. Hoy sabemos que nada de eso fue cierto.

No se nos olvida, entonces y ahora, su altísimo índice de delincuencia (50 asesinatos al día, seis veces más que en Estados Unidos), su 10,6% de la población enferma de sida (aproximadamente 5 millones 210 mil seropositivos) y la insaciable ambición de un hombre capaz de todo.

Como sucedió con la generación que presenció el triunfo de la Italia fascista en 1938; la que gozó en 1978 en una Argentina con miles de desaparecidos o encarcelados; o la que asistió a la celebración de una Alemania recién unificada en 1990, la nuestra está a punto de presenciar en Sudáfrica mucho más que una Copa Mundial de Fútbol. Un suceso que pocas veces ocurre en la historia de una generación.

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